jueves, 16 de julio de 2009

Darkness


No hay nadie. Ni un alma. Han pasado horas desde que me crucé con el último coche, y ya ni recuerdo el momento en el que perdí de vista las luces del pueblo más cercano.
Sigue oscuro, muy oscuro. Los árboles se giran a mi paso, como si de vigilantes espectros se tratara. Me recuerdan que no soy el único ser vivo de estas tierras tan remotas, colinas invadidas de maleza y arbustos, y asimétricos pinos que rellenan el poco espacio que mi vista llega a alcanzar.
Aquí, en silencio, en la nada visual, el concepto de soledad cobra sentido. No me siento mal, todo lo contrario: me siento en paz; vacía, pero sin ningún hueco que llenar. No tengo miedo, o sí, tal vez, al ruido inesperado y al movimiento sin causa conocida.
Aún así, no me detengo, sigo mi rumbo, aún sabiendo que tal rumbo no es fijo, ni se apoya en brújula constante. Sólo el silencio, la soledad: la paz.

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